Viajero Nomada en México

Juan Andrés por tierras mexicanas


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La muerte del Enanito Torero

enanitos toreros

 

A finales de los 90 se celebraba anualmente una feria de calzado en Miami, creo recordar que siempre en el mes de Enero. De esa manera, durante un tiempo estuve visitando la ciudad una vez al año. No diré que fuese ingrato. Cuando acababa el trabajo en la feria, resultaba agradable pasear por el Bay Side o por las calles emblemáticas de Miami Beach, tomar unas copas en los bares de moda o cenar en las terrazas de los restaurantes con música en vivo en Ocean Drive, viendo pasar los deportivos descapotables y las lujosas limusinas. Hace ya mucho tiempo de eso, pero recuerdo que una vez entramos en un bar que decían pertenecía a Gloria Stefan, el Larios, se llamaba. En algún momento fui a los baños y me impresionó el lujo del lugar y el detalle de que en la parte de los mingitorios empotrados en la pared habían dispuesto unas pantallas de vídeo que centelleaban con rutilantes imágenes de la MTV e incluso de la CNN, tecnológica manera de amenizar ese siempre aburrido “tiempo muerto” durante el alivio de la vejiga. Fue la primera vez que vi aquello.

Algunos años después, en Guadalajara (Jalisco), en los baños de una feria de calzado, descubrí que el concepto había llegado también a México, aunque adaptado a las posibilidades del lugar: en vez de pantallas de cristal líquido, habían instalado sobre los urinarios unos displays de vidrio con hojas de periódicos expuestas para que los usuarios nos ilustrásemos con las noticias del día. No es mala idea. Lo malo es que los periódicos mexicanos tienen cierta tendencia al amarillismo en su variante sangrienta, al estilo de “el Caso” de toda la vida en España. Aquí lo llaman a ese tipo de noticias “la nota roja”.

En uno de esos periódicos de urinario pude leer la triste noticia de la muerte del “enanito torero”. En ese lenguaje ampuloso que utiliza la prensa mexicana, el redactor contaba con todo lujo de detalles cómo el Señor Aldalberto Rodriguez, de profesión enanito torero en charlotadas de pueblo y capital, viajaba el día en cuestión en un autobús urbano de la ciudad de Guadalajara, en el que también viajaba el Señor Jesús Guzmán (que al principio no sabemos quién era ni que pintaba en el suceso). El ociso Sr. Adalberto se apeó en la parada nº 32, junto al mercado de abarrotes de la Colonia Insurgentes, con tan mala fortuna que, habiendo cruzado la calzada por el frente del camión (autobús), éste lo arrolló al reiniciar la marcha, produciéndole la muerte en ese mismo instante. El conductor, Adán J. Mendoza, intentó darse a la fuga (no sabemos si con el autobús o sin él), pero fue detenido por el pasajero Sr. Guzmán (ahora nos explicamos por qué se le mencionaba al principio de la noticia). De inmediato se formó un tumulto de gentes alrededor del lugar de los hechos, conformándose dos bandos contrarios: uno de ellos intentaba apedrear y linchar al conductor del autobús, el otro trataba de impedirlo. Al final la policía apareció y después de mucho bregar, puso orden. Pero lo más espeluznante era la coletilla del artículo: en aquel año, dos mil y poco, en verano ya iban por 56 las víctimas muertas por atropello de autobús público en Guadalajara. El principal problema era que los conductores manejaban borrachos las más de las veces. No estoy seguro de si a día de hoy hayan solucionado la cuestión.